lunes, 22 de diciembre de 2008

“Crónicas de un perro”


1. Estaba yo tirado al sol del mediodía, en un banco de la plaza principal, y distraído con los gorjeos de las palomas, de vez en cuando levantaba la mirada para observar la actividad de los alrededores. Ya a lo largo de la mañana, había notado en incansable trajinar, el paso de una de las tantas mozas de café de la cuadra, frente a la iglesia catedral. Sorprendido por esta nueva modalidad de hacer que estas chicas caminen con una bandeja, con uno o dos pocillos de café, una y hasta dos cuadras de distancia del local donde normalmente se sacian estas estúpidas necesidades, un cosquilleo de picardía me subió por la garganta y estallé de un grito a la muchacha que pasaba casualmente cerca del lugar en donde yo estaba: “¡eh, muchacha, si por un pocillo de café te hacen caminar dos cuadras ¿cuántas caminarías por la propina que te arrojan esos gordos señores?.

2. Otra vez, estando haciendo una cola para recibir un poco de pan en un local de mercaderías, una Señora que había advertido que yo me le había colado me dijo: “¡eh!, ¿no le parece que yo estoy antes que usted?”, mas yo, mirándola de pies a cabeza, sin contenerme en mi desmesura le contesté al instante: “eh, vieja, bien se nota sin tener que aclarármelo, que tú estas antes que yo, y que también te podrirás antes que yo”.


3. Cierto día, en medio de un griterío histérico que cortaba el tránsito por la calle, había un gordo sindicalista protestando por los bajos salarios de su sector; yo que andaba por ahí, al paso le grité: “¡ehi!, ¿es que acaso lo que te pagan, no es suficiente como para reventar el cinturón de tus pantalones?, busca bien entre tus gruesas carnes, de seguro te queda medio sueldo por encontrar”.


4. Invitado una noche a una exposición de arte contemporáneo, y luego de haber dado varias vueltas por la misma, me despaché a los pedos y diciendo: “veo aquí a tantos artitas, que me pregunto en dónde habrán dejado sus obras”. Los artistas, que eran la mayoría entre los presentes, avergonzados por la denuncia, con los dedos aferrando fuertemente sus narices uno a uno, se fueron retirando en silencio.



Autor: El discípulo del perro

FILÓSOFOS DEL MARGEN: ACERCA DE LOS CÍNICOS

Autor: Andrés Camacho[1]

“Apártate un poco, que me tapas el sol.”
Diógenes de Sínope (siglo IV a.C.)


1- Introducción

El tema, hoy, es cada vez más urgente y necesario entre todos nosotros. De todos los postulados que se erigen o imponen, y otros tantos que se ofrecen en el mercado editorial; entre las reflexiones a claustro adentro y las charlas de café, ninguna -me atrevería a asegurar- alcanzan el esfuerzo real y el peso de una verdadera labor creativa de alternativas como así lo fue el cinismo, un tanto olvidado cuando no marginado por la tradición del pensamiento occidental y sus instituciones.
La sagacidad de los perros (los cínicos), como así fueron llamados los miembros de esta particular escuela [menor-socrática], puede ser entendida como una materialización paradigmática del desprecio por la decadencia “griega-ateniense”, encarnando el modelo crítico, a nuestro entender, de los cambios de esta sociedad, en un momento clave de su trasformación. Si algo no les faltó a estos filósofos, fue una aguda conciencia materialista de su “realidad”.
Hijos de la marginalidad, estos furibundos perros vagaban alrededor de la ciudad, sin mostrarse radicalmente ajenos a la relación con los ciudadanos de la polis; muy por el contrario, se aprovecharon de su condición de “extranjeros”, y actuaron libremente contra todo cuanto les era hostil.
Una buena definición del término que acuñó a estos hombres, lo ofrece Michel Onfray en Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros:

“[Antístenes, a quien se considera] el padre fundador de la escuela cínica, fue llamado ‘el Verdadero Can’. La etimología confirmará el parentesco del animal y la escuela (cynós: ‘perro’ en griego), y en el concepto podrá hallarse un misterioso perro brincando bajo el sol y las estrellas de Atenas.”[2]

2- Caracterización de los perros

Dos etapas podemos distinguir en la “vida” de la escuela cínica; una primera, la del antes mencionado Antístenes, fundador de la escuela; y una segunda, marcada por la figura de un Diógenes de Sínope, discípulo del primero, y el más destacado de entre todos ellos. La persona de Antístenes es la más vinculada a Sócrates, pues sabemos de aquel, que fue uno de sus discípulos. Luego del crimen del filósofo moral, cometido a manos de la sociedad ateniense, Antístenes y otros quedan libres ante la sentencia oracular del “conócete a ti mismo”; y también, de accionar según lo que les dictase sus propias inquietudes particulares. –Bien conocida es para todos la obra de Platón-.

“En el ensayo que dedica a Antístenes, Charles Chappuis escribe: ‘Mientras los demás hombres buscan afuera las reglas de su conducta y obedecen las leyes y los usos, el sabio, apartado de todo afecto por su Patria o sus padres, de todo deber ante el Estado y la familia, libre de esos vínculos que, a su parecer, les imponen el nacimiento y las convenciones al resto de los hombres, se deja guiar únicamente por su virtud y goza de una libertad sin límites’.”[3]

Otra es la historia de un Diógenes; venido de Sínope, éste muestra ser más desenfadado que su maestro; sus maneras escandalizan a todos, y su irreverencia hacia con los cultos religiosos y la política oficial, parecían no tener límite alguno[4]. Así, a los juegos bacanales, les llamaba grandes maravillas para los necios, a los gobernadores del pueblo ministros de la plebe; y a las coronas vejigas de gloria.

Todo esto imprime un nuevo y llamativo matiz a la naciente ciudad democrática. Los perros de Heracles[5] deambulan por los alrededores haciendo gala de su iconoclastía, con los más variados y prácticos motivos de subversión. No trabajan, ni acumulan riquezas. Son el órgano “infecto” dentro de un sistema opresor. No existe entre ellos ley alguna que reprima los excesos de vitalidad[6]. Ellos han de elevar al máximo la experiencia universal de comunión con la naturaleza, y con lo salvaje que hay en ella[7].

Onfray nos recuerda las palabras de un Juliano el Apóstata y un Luciano de Samosata, al respecto del cinismo:

“Diógenes tiene la intención de promover una vida bienaventurada y dice cómo hacerlo: ‘El objeto y el fin que se propone la filosofía cínica, como por otra parte se propone toda filosofía, es la felicidad. Ahora bien, esa felicidad consiste en vivir de conformidad con la naturaleza y no según la opinión de la multitud’. Demonax irá aún más lejos al decir que sólo el hombre libre es capaz de alcanzar la felicidad. A quien se sorprende ante semejante declaración y cree conveniente señalar que, en su opinión, hay muchas personas felices, el cínico le responde: ‘Por el contrario, creo que sólo es libre quien no espera nada ni le teme a nada’.” [8]

Con respecto a esto último, Onfray agrega lo siguiente:


“Desesperar, pues, en el sentido etimológico: dejar de esperar, destruir las ilusiones y las mitologías que rezuma la civilización y que se cristalizan por medio de los instrumentos del conformismo y la convención. Luchar, en suma, contra la fastidiosa tendencia humana a preferir la idea que se tiene de la realidad a la realidad misma.”[9]

Se cuenta que Diógenes una vez mirando cómo disputaba Platón acerca de las ideas, recurriendo a los conceptos de la mesalidad y vaseidad, dijo: “Yo, oh Platón, veo la mesa y el vaso; pero no la mesalidad y la veleidad”.[10]

Por otro lado, estos amigos de la ebriedad y el consumo de habas –en contradicción con las costumbres de los órficos y los miembros de las sectas pitagóricas-, solían atormentar con sus excesos a los curiosos que se les acercaban. Una de sus herramientas más sutil, una entre tantas, fue la práctica deliberada de la flatomanía, como único método posible de purgación natural y subversivo[11].
Ya ni las reconocidas enseñanzas de los maestros de la sofística eran lo suficiente como para compararlos. El círculo acotado del ágora había sido trascendido, y por ello mismo, al no perseguir el beneficio propio del ciudadano común de la “polis burguesa” (como la llama Onfray), eran aún más peligrosos para los oficiantes del poder y sus instrumentaciones demagógicas.
Si eran llamados perros, no eran de esos dóciles compañeros del hombre avaro, ni del vigilante celoso. Nada tenían de domésticos; furiosos como los lobos solitarios, sus mordidas eran lo suficientemente incisivas como para desgarrar los cimientos mismos de la hipocresía social. “Preguntando (a Diógenes) qué raza de perro era la suya, respondió: ‘Cuando hambriento, melitense; cuando harto, molósico. También soy de aquellos perros que muchos alaban, pero por el trabajo no se atreven a salir con ellos a la caza, y así, ni conmigo podéis vivir por miedo de los trabajos.”[12]
Entre sus hábitos, podemos mencionar que se mostraban en un estado lo más natural posible, casi salvajes. No se privaban, entre otras cosas, de comer en las plazas públicas, cosa muy mal vista por los ciudadanos de la polis. Entre ellos, los había quienes hasta saciaban sus “necesidades” sexuales tanto si estaban acompañados, como así también si les tocaba estar solos. Además, carnívoros como sus homónimos, éstos acostumbraban a consumir (en la medida de lo posible) sus alimentos sin previa cocción.
Eran poco asiduos al aseo personal y despreciaban cualquier tipo de ornamentación suntuosa; por contrario, el ropaje que usaban era básico y austero. A este retrato de conjunto, podemos agregar el uso de las cabelleras y las barbas largas y despreocupadas; además, donde quiera que fueran, iban siempre acompañados del báculo y el zurrón, compañeros inseparables de la voluntad de vagabundeo.


3- Los perros y la ciudad

Diógenes Laercio, en Vidas de los más ilustres filósofos griegos, nos informa que el padre fundador de la escuela cínica, Antístenes, aún cuando era ateniense por nacimiento, vivió bajo el signo de la extranjeridad durante toda su vida, por el supuesto origen tracio de su madre (mas otros, refieren que ésta era además una esclava), en una sociedad en la cual la mujer, el esclavo y el extranjero siempre fueron tenidos por menos. No se les consideraba ciudadanos de la polis.
Así, cuando le recusaban su dudoso origen, él replicaba de la siguiente manera: “También la madre de los dioses es de Frigia.”[13] Nada tenía que envidiar al resto de sus conciudadanos. Además, sabemos también que había participado valerosamente en la guerra de Tanagra, aventajando a muchos de sus compañeros, tanto que hasta el mismo Sócrates se pronunció en cierta ocasión al respecto, diciendo: “que de dos atenienses no hubiere nacido tan esforzado”[14]. De igual modo, jamás perdió la oportunidad de apocar a los atenienses que se jactaban de ser nativos por excelencia, al afirmar: “que en esto no eran de mejor condición que los caracoles y los saltones”.[15]
Su fortaleza, acompañada de una fina agudeza de intelecto, hacía de su persona un rival de temer a la hora del enfrentamiento, sea cuales fueren las circunstancias a afrontar. Sus primeras herramientas las forjó con Gorgias, el sofista, “por cuya razón en sus diálogos manifiesta estilo retórico, singularmente en el intitulado La verdad, y en los Exhortatorios”[16]. Mas luego, junto con sus discípulos, se acercó a Sócrates, y de éste aprendió otro tanto. Diógenes Laercio nos dice que de Sócrates, Antístenes aprendió a ser paciente y sufrido, que imitó su serenidad de ánimo, y que así fue que llegó a fundar la secta cínica.

En lo que respecta a Diógenes de Sínope, y en relación con su exilio, los atenienses lo discriminaban con el epíteto de monedero falso[17]. Diógenes Laercio nos refiere al respecto lo siguiente: “A uno que le objetaba el destierro, le dijo: ‘Por ese mismo destierro, oh infeliz, he sido filósofo’. Diciéndole otro: ‘Los sinopenses te condenaron a destierro’, respondió: ‘Y yo a ellos a quedarse.’”[18]

Otro dato significativo que nos aportan los especialistas en la Antigüedad griega, es la ubicación espacial a partir de la cual podemos dimensionar el estatuto de marginalidad de este grupo de filósofos.
Se cuenta que Antístenes, para ir a escuchar a Sócrates desde El Pireo, diariamente recorría una distancia de cuarenta estadios (o séa, cerca de una legua y media.)
Otro lugar, y tal vez el más importante, era el Cinosargo, a las afuera de Atenas[19].

“El Cinosargo concentraba toda la fuerza del emblema: estaba situado en lo alto de una colina, fuera de la ciudad, cerca del camino que conduce a Maratón.”[20]

Allí, según la tradición cuenta, se edificó un templo para recordar la hazaña de un perro blanco que, en el momento en que se celebraba un sacrificio en honor a Heracles, arrebató la ofrenda al oficiante, y luego de ser consultado el oráculo, se erigió dicho templo. Así también, la figura del Can-Cerbero, compañero del héroe Heracles, el más celebrado por los cínicos, estaba íntimamente vinculado a la personalidad de estos filósofos. De aspecto terrible, esta bestia monstruosa era quien vigilaba la entrada al mundo de los muertos, para evitar que cualquier curioso se atreviese a cruzar con ánimo de conocer lo que había más allá de sus límites.
Además, debemos mencionar a todo ésto, y para completar una visión de conjunto, la paradigmática función social que tenía este lugar para los griegos:

“En el Cinosargo se encontraban los excluidos de la ciudadanía, aquellos a quienes el azar del nacimiento no había hecho dignos de tener acceso a los cargos cívicos.
De modo que la escuela cínica vio la luz en los suburbios, lejos de los barrios ricos, en un espacio destinado a los excluidos, a aquellos a los que el orgullo griego había dejado de lado.”[21]

Podemos pensar la problemática de la especialidad en los cínicos en relación con lo que señala Michel Foucault en su texto Los Espacios Otros:

“...el problema del lugar o de la ubicación se plantea para [...] determinar qué relaciones de vecindad, qué clase de almacenamiento, de circulación, de marcación, de clasificación de los elementos humanos debe ser considerada preferentemente en tal o cual situación para alcanzar tal o cual fin.”[22]

Por tanto, imaginemos lo que debió de ser ese escenario; Antístenes y los suyos por un lado, y los “atenienses” por otro, ¿sería tal vez, difícil de imaginar la tensión propia de esto? Creo que no; aún así, imaginemos la escena: en el ágora, propiamente en los adentros de la ciudad, un Sócrates y luego un Platón, impartiendo sus enseñanzas a la juventud más prometedora del nuevo régimen; y por los alrededores, muy cerca, los perros y sus ladridos siempre al salto. Grandes enemigos de los discursos fastuosos, no debemos admirarnos de ver a un Antístenes y su jauría acosando al padre de la moral occidental. Muchas son las circunstancias que los vinculan en el fuego cruzado a estos condiscípulos. Incluso una vez, Platón llegó a decir de Antístenes “que era un Sócrates furioso”.

Pero, ¿sería acertado ver en un Antístenes a un Sócrates furioso? Veamos: como ya se señaló anteriormente en este trabajo, el padre fundador de la “secta” cínica no sólo era un furibundo (¿desquiciado?), sino también una mente privilegiada y lúcida a la hora de la reflexión. Por ejemplo: “Motejaba a Platón de fastuoso; y en cierta pompa pública, viendo relinchar a un caballo, le dijo: ‘Paréceme que tú hubieras sido un bellísimo caballo.’ Dijo esto porque Platón alababa mucho a cierto caballo. Habiendo venido una vez a visitar a Platón, que estaba enfermo, y mirando una vasija en que había vomitado, dijo: ‘Veo aquí la cólera; pero el fasto no lo veo.’”[23]
Estaba más cercano a un Sócrates, es cierto, pero sólo en relación de distancia con Platón. A este último, lo combatió durante toda su vida, y luego, continuó con esta tarea su más destacado discípulo, el perro de Sínope, aún más furioso que el primero. Una vez, “habiendo Platón definido al hombre animal bípedo implume, y agradádose de esta definición, tomó Diógenes un gallo, quitóle las plumas y lo echó en la escuela de Platón, diciendo: ‘Éste es el hombre de Platón.’[24]


4- Para terminar, y a modo de conclusión

Hemos intentando, en el presente trabajo, una aproximación a una de las escuelas socráticas de la antigüedad griega: los “cínicos”, como así fueron llamados los miembros de esta particular escuela, y que algunos críticos han considerado una “escuela menor socrática” con el propósito de resignificar su legado. Para ello hemos rastreado los posicionamientos, las concepciones y propuestas de éstos que damos en llamar filósofos del margen en relación con la vida de la Atenas del siglo V a. C.
Principalmente nos hemos centrado en textos de Diógenes Laercio, como así también en textos de pensadores contemporáneos, en tanto resignificación y revalorización del legado de la antigüedad.
La figura de los cínicos, según lo aquí planteado, puede ser entendida como una materialización paradigmática del desprecio por la decadencia “griega-ateniense”, encarnando el modelo crítico que, a nuestro entender, mejor se ajustó a los cambios de esta sociedad. De esta manera, si por un lado, hemos podido ver ciertas huellas genealógicas del poder del Estado y de sus políticas de dominación; por el otro, se podría ver también la genealogía de un espíritu de resistencia y subversión que encarnaron estos filósofos de la escuela cínica.
Para concluir, una reflexión de Onfray que dice acerca de la resignificación y la vigencia (por qué no la necesidad) del legado de los cínicos para pensar y vivir nuestro presente:

“Hoy es perentorio que aparezcan nuevos cínicos: a ellos les correspondería la tarea de arrancar las máscaras, de denunciar las supercherías, de destruir las mitologías y de hacer estallar en mil pedazos los bovarismos generados y luego amparados por la sociedad. Por último, podrían señalar el carácter resueltamente antinómico del saber y los poderes institucionalizados. Figura de la resistencia, el nuevo cínico impediría que las cristalizaciones sociales y las virtudes colectivas, transformadas en ideologías y en conformismo, se impusieran a las singularidades. No hay otro remedio contra las tiranías que no sea cultivar la energía de las potencialidades singulares, de las mónadas.”[25]







Bibliografía

Diógenes Laercio Vidas de los más ilustres filósofos griegos, Vol. II, Madrid, Ed. Iberia, 1985.

Foucault, Michel Los espacios otros, «Des espaces autres», conferencia pronunciada en el Centre d’Études architecturales el 14 de marzo de 1967 y publicada en Architecture, Mouvement, Continuité, n° 5, octubre 1984, págs. 46-49. Traducción al español por Luís Gayo Pérez Bueno, publicada en revista Astrágalo, n° 7, septiembre de 1997.

Onfray, Michel Cinismos. Retratos de los filósofos llamados perros, Buenos Aires, Paidós, 2002.



[1] Estudiante de la Licenciatura en Filosofía, de la FFHA de la UNSJ.
[2] Onfray, M. Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, Buenos Aires, Paidós, 2002, pág. 36.
[3] Onfray, M. Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, op. cit., pág. 72.
[4]Junto a él, se encontraban los más desvergonzados y furiosos personajes de imaginar. Entre ellos, podemos mencionar a Mónimo, Onesicrito, Crates, Metrocles y su hermana Hiparquia, entre otros muchos.
[5] “los perros de Heracles” es una forma metafórica para denominar a los cínicos que refiere a la relación entre éstos y el héroe al que más simpatía profesaban.
[6] “excesos de vitalidad”, entiéndase con esta expresión, una de las tesis básicas sostenidas en este trabajo: la expresión del desprecio por la retórica ornamental, por la artificiosidad del lenguaje como reflejo absoluto de la realidad material de las cosas, y de las convenciones de la cultura como vehículos de la alienación entre los hombres. Por ende, y en oposición, los cínicos mostrarán como modelo a seguir, la vida de los perros, o la de cualquier otro animal que representase la autonomía y la libertad, en relación armoniosa con las potencias de la naturaleza.
[7] Podríamos pensar que lo que los cínicos procuraban era una Gaya Ciencia.
[8] Onfray, M. Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, op. cit., pág. 71.
[9] Onfray, M. Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, op. cit., pág. 71.
[10] Diógenes Laercio (en adelante D. L.), VI. 24.
[11] Sobre esta última, nos han llegado algunas anécdotas, en las que no nos detendremos aquí para desviar el eje de nuestra exposición.
[12] D. L., VI. 25.
[13] D. L., VI. 1.
[14] D. L., VI. 1.
[15] D. L., VI. 1.
[16] D. L., VI. 1.
[17]Varias son las versiones al respecto, y Diógenes Laercio nos las refiere sin dar por cierta a una por encima de otra; incluso hasta el mismo Diógenes se llamaba a sí mismo monedero falso. Ciertas o no las versiones que refieren a su destierro, nos parece que aquel que no cree en una “Verdad”, bien ganado tiene el derecho de falsificar todo cuanto quiera.
[18] D. L., VI. 21.
[19] Ya hicimos referencia a las políticas de Estado de la Grecia del siglo IV a.C., con respecto a cómo tratar con los “extranjeros”.
El Cinosargo era una muestra clara de esta política de la marginación. Como dice Onfray, en ese lugar, a las afueras de la ciudad y cerca del cementerio, se concentraban todos aquellos que, por nacimiento, no habían tenido el privilegio de ser ciudadanos atenienses, y por ello, estaban privados de los derechos cívicos a participar activamente de la vida del Estado.
[20] Onfray, M. Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, op. cit., pág. 36.
[21] Onfray, M. Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, op. cit., pág. 37.
[22] Foucault, M. Los Espacios Otros, «Des espaces autres», conferencia pronunciada en el Centre d’Études architecturales el 14 de marzo de 1967 y publicada en Architecture, Mouvement, Continuité, n° 5, octubre 1984, págs. 46-49. Traducción al español por Luís Gayo Pérez Bueno, publicada en revista Astrágalo, n° 7, septiembre de 1997.
[23] D. L., VI. 5.
[24] D. L., VI. 14.
[25] Onfray, M. Cinismos. Retrato de los filósofos llamados perros, op. cit., pág. 32.