1
Si soy un buen o mal escritor,
¿Qué más da? Lo que sé
No me diferencia en mucho
De aquel que no sabe nada.
Me importa un bledo la literatura;
Ella no es más que una puta
Que gusta del culo de los imbéciles
Que se creen a menudo astutos.
En la vida hay dos clases de hombres;
A saber: los que viven
Y los que intentan vivir, el resto
Es sólo basura. Nada más.
Hay grandes filósofos en las fábricas,
Poetas en las calles, y genios en los bares.
Los hay también narradores que no saben
Leer ni escribir, y mujeres tan bellas
Como las úlceras de los pies.
¿Qué sé yo si soy o no escritor?,
Eso es algo que no me importa;
Nada tengo que hacer yo
Entre todos esos idiotas, nada.
¿Qué si sé dar alguna noticia?
No, no me interesa disfrazar la verdad.
Los pobres miserables que sufren,
Nada saben de esas mentiras de los diarios.
¡La gran puta, señor!,
Terminó mi hora de descanso,
Y no hice más que explayarme
En estas cosas de la escritura.
Ya viene el jefe a apurarnos,
Nos queda seis horas más de trabajo;
Pero, ¿qué saben de éstos
Esos putos egocéntricos de los escritores?
2
Hoy vuelve a mí el tormento de la vida,
Es una verdadera cagada. Y no es que
Realmente me importe demasiado,
No; es sólo que de vez en cuando,
Me canso, me canso de escribir,
De pensar, de dormir, de vivir.
Mas quisiera estar tirado en un bar,
Borracho todo el día y toda la noche,
Pero el dinero no me alcanza.
De tener dinero como para no trabajar,
Me dedicaría gran parte del día a chupar,
A no hacer nada, a envejecer despiadadamente.
De tener una mujer que me aguantase,
La cogería todas las noches;
Le besaría las tetas y el culo, y le chuparía
La concha, aunque estuviera sucia de tiempo.
Le diría cosas lindas de ella,
Aunque de linda no tuviese ni mierda;
Y cuando me mandase a trabajar,
Le partiría el alma a patadas.
Pero no tengo ni mujer ni trabajo,
Ni dinero ni ganas de ganarlo;
Tengo, eso sí, unas tremendas ganas
De mandar todo al carajo; al sol
Y a sus alcahuetas, las perras horas;
Al día que mejor no hubiera llegado,
Y que sin embargo, ya se consume
Entre mis venas y huesos de palo.
Tengo ganas de adormecerme
Al ritmo estridente y grave de mis pedos,
De sentarme al inodoro y repetirme que,
De no haber sido yo el hijo de mi padre,
En su lugar, hubiese acabado en la boca
De una de las cloacas más inmunda.
Pero no; vuelto nuevamente al trajín,
Al desconsuelo de las horas y los días,
Al despertar entre la miseria del olvido,
Una vez más, me incorporo insufrible
Al seguir estando para no estar. La vida.
3
Con repugnancia ante el nuevo día,
Salgo a la calle en busca de trabajo.
¡Carajo!, atiende a la gente
Como si se tratase de un asalto
De criminales o leprosos.
Como si buscar trabajo fuese la gran cosa,
La cosa más digna o más sublime.
De verles la cara, me viene un asco
Y unas ganas de escupirles en la frente;
De pedirles que se metan
Ese maldito trabajo en el culo,
Y se guarden el bendito dinero
Donde mejor no lo encuentre nadie.
Pero no, hay que poner cara de desentendido,
De humilde oveja que viene por comida
Al último pastizal del mundo.
Estos salvajes empleadores creen tanto,
Que tienen por un hecho que salvan vidas,
Que dinamizan el aparato productivo,
Y que hay a doquier miserables de todo tipo.
Y sin embargo, lo que ven en realidad,
No son más que a pobres necesitados
A quienes pueden explotar a su antojo,
Doce, catorce y hasta dieciséis horas;
Eso es lo que ven, una pila de mierda humeante,
Una prole de desahuciados pestilentes,
Un enjambre de piojos oxidados,
Y peores cosas aún. No ven a gentes. Entonces,
¿Por qué yo tendría que ver en ellos
A representantes del mecías en la tierra?
Me cago en la salvación del alma,
En el sufrimiento, y en el más allá.
Me cago en el trabajo y en la dignidad recobrada,
En los frutos del esfuerzo,
Y en el pan de cada día.
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