sábado, 4 de abril de 2009

De la verdad de la verdad
(Una especie de cuasi-tautología)

“El olvido del Ser, el olvido de la diferencia óntico-ontológica, desconoce, por lo tanto, la verdadera esencia del Ser.”
Cristina Peretti, (Jaques Derrida: Texto y deconstrucción).


Digamos, en primer lugar, que de “la verdad” hay una multiplicidad de formas y experiencias que hacen de las mismas un todo concreto en la realidad. Digamos también, a su vez, y por otra parte, que hay quienes no coinciden, con razón o sin ella, con el resto a la hora de aseverar el valor total y absoluto -perdón, quise decir universal- de la verdad que suelen prodigar-se en el seno del universo de las ciencias del espíritu y en otras más generales aún. Digamos entonces que, y de aquí en más, hemos de dar cuentas claras de lo complejo que significa para los distintos teóricos el planteo sobre la verdad, y de su incidencia en la realidad total y concreta de la experiencia humana en sí.
Así pues, digamos por otra parte (o en el centro de nuestra exposición), la importancia radical que el hombre tiene en este debatirse con los demás al respecto. Pero antes, reflexionemos si es del hombre como tal, el derecho y el deber el debatir sobre dicho tema, aún suponiendo que el concepto de hombre existiese como tal afuera de la conciencia del sí-mismo como verdad, como le es propio a un planteo del tipo onto-teo-lógico –verbigracia de la lógica o de la gramática-, y gracias al cual, sensibilidad e inteligibilidad se hallan entrelazadas entre sí, sin mezclarse, en una común axiomática del ser o el deber ser, sin perder por ello el carácter diferencial de cada uno por separado.
De ser así ¿podríamos acaso aseverar que el tal concepto de hombre existe en total correspondencia fuera de la conciencia de dicho ser pensante, con un ser existente en la realidad? Con respecto a esto, los hay quienes no tienen la menor duda sobre dicha existencia y correspondencia y creen interpretar que entre la conciencia, como fenómeno psíquico, y la realidad concreta de la materia existe una correspondencia total y absoluta, más allá del plano de la temporalidad, independientemente de si hacen de esta correspondencia un afuera dependiente de la existencia de un ser superior o no, a lo que algunos, en el seno de ciertas culturas religiosas o teológicas en común, darán el nombre de Dios. Llamémosle a estos últimos dogmáticos, por no hablar, directa o indirectamente, a caso, de una (onto)teología negativa. Hagamos pues mejor, mención a una X, a una escritura desde y por esa X a de-scribir. Quizás en esto nos sean útiles, al respecto, los aportes de Derrida:

“No es pues ni un concepto, ni siquiera un nombre, a pesar de la apariencia. Esta X se presta, ciertamente, a una serie de nombres, pero reclama otra sintaxis, excede incluso el orden y la estructura del discurso predicativo. No «es» y no dice lo que «es». Se escribe completamente de otra forma.”[1]

Es decir que ese giro hacia lo antropológico de la pregunta abre, y a su vez condensa, el planteo de la verdad hacia lo apofático, lo inefable, y termina cerrando, sólo en la ilusión de un presente siempre estático, los límites del mandato, la orden, o de la posibilidad de silenciar sobre lo que se hace imposible de decir, hablar o escribir. He aquí lo paradójico sin más.
Por ende, y tensando el hilo de extremo a extremo, si dicha cadena de reflexiones tiende a asegurar una simple y real división entre dos planos –digámoslo así [dos] como para sintetizar a tan sólo dos- enunciémoslo así: un plano material y un plano eidético, teniendo en cuenta que, la historia de esta división a lo largo del reflexionar occidental ha tenido sus diversos representantes: platonismo/s y aristotelismo/s. Ahora bien, no vemos razón suficiente acá, como para detenernos a distinguir entre las diversas concepciones producidas por todos ellos, en el interior mismo de cada una de ellas, con el fin de dar a este texto una dinámica propia del género del artículo. Más bien, atendamos a la creencia de que todo lector avispado tiene un con-sabido conocimiento sobre estos temas, aún cuando esto sea tan poco probable.
Ahora bien, escapando a prisa o a santo de no sé qué, quede bien claro que las dualidades también han sido clausuradas, en el momento mismo de la apertura. Queda, solamente, lo que va entre el nombre y la cosa referida. Llamémosla en más: la kôra. Lo que hay [¿más allá?], sin ser ni dejar de ser -ni lo nouménico ni lo fenoménico-, la huella desdibujada de lo verdadero, lo que puede llegar a ser sin ser todavía, pero que sigue ahí desde hace ya mucho tiempo. El más acá del olvido ¿La verdad?
Siguiendo con nuestra exposición, si es posible hablar de tal a esta altura de las circunstancias, diremos de las mismas que no son más que la irrefrenable dinámica del discurso la que nos ha llevado hasta lo aporético mismo del tema o viceversa. Por tanto, nos parece poco conveniente ser concluyentes al respecto del tema que nos convoca. Aún así, hemos dicho más de lo que se podría haber dicho en otro lugar sobre la verdad.
No diremos –como en otras circunstancias así bien podría esperar el lector- que, al menos hoy y hasta donde bien hemos logrado llegar (sepa el lector que ha llegado más allá de lo que cree), tengamos el altísimo pudor y además, como ustedes bien tienen derecho a exigir, pidamos disculpas por haber querido, intención sana y santa aparte, dar vueltas en círculo –sin dar en él con la cuadratura del mismo (o tal vez si)-, y al haberlos conducido, verbigracia de por medio, hasta este punto donde se nos hace ya imposible e innecesario el regreso, nos vamos despidiendo aquí hasta la próxima.
-Hasta aquí, saco mi paraguas y salgo de paseo por las calles de la ciudad…
Adiós

Andrés Camacho
[1] Derrida, Jacques, Cómo no hablar. Denegaciones, (Traducción de Patricio Peñalver, en DERRIDA, J., Cómo no hablar y otros textos, Proyecto A, 1997, pp. 13-58. Edición digital de Derrida en castellano.

miércoles, 1 de abril de 2009


Algunas reflexiones
SOBRE
LA FRASE DE NIETZSCHE «DIOS HA MUERTO», de Martin Heidegger


“El pensar sólo comienza cuando hemos experimentado que la razón, tan glorificada durante siglos, es la tenaz adversaria del pensar.”


1)- Lea el texto de Nietzsche y reflexione sobre las preguntas del loco.

[...] El texto se titula « El loco» y reza así:
El loco.- ¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: «¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!». Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron enormes risotadas. ¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado? -así gritaban y reían todos alborotadamente. El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. «¿Que a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos, cuando desencadenamos la tierra de su sol? ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia adelante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? ¿No nos roza el soplo del espacio vacío? ¿No hace más frío? ¿No viene siempre noche y más noche? ¿No tenemos que encender faroles a mediodía? ¿No oímos todavía el ruido de los sepultureros que entierran a Dios? ¿No nos llega todavía ningún olor de la putrefacción divina? ¡También los dioses se descomponen! ¡Dios ha muerto! ¡Dios permanece muerto! ¡Y nosotros lo hemos matado! ¿Cómo podremos consolarnos, asesinos entre los asesinos? Lo más sagrado y poderoso que poseía hasta ahora el mundo se ha desangrado bajo nuestros cuchillos. ¿Quién nos lavará esa sangre? ¿Con qué agua podremos purificarnos? ¿Qué ritos expiatorios, qué juegos sagrados tendremos que inventar? ¿No es la grandeza de este acto demasiado grande para nosotros? ¿No tendremos que volvernos nosotros mismos dioses para parecer dignos de ellos? Nunca hubo un acto más grande y quien nazca después de nosotros formará parte, por mor de ese acto, de una historia más elevada que todas las historias que hubo nunca hasta ahora.» Aquí, el loco se calló y volvió a mirar a su auditorio: también ellos callaban y lo miraban perplejos. Finalmente, arrojó su farol al suelo, de tal modo que se rompió en pedazos y se apagó. «Vengo demasiado pronto –dijo entonces-, todavía no ha llegado mi tiempo. Este enorme suceso todavía está en camino y no ha llegado hasta los oídos de los hombres. El rayo y el trueno necesitan tiempo, la luz de los astros necesita tiempo, los actos necesitan tiempo, incluso después de realizados, a fin de ser vistos y oídos. Este acto está todavía más lejos de ellos que las más lejanas estrellas y, sin embargo, son ellos los que lo han cometido.» Todavía se cuenta que el loco entró aquel mismo día en varias iglesias y entonó en ellas su Requiem aeternam deo. Una vez conducido al exterior e interpelado contestó siempre esta única frase: « ¿Pues, qué son ahora ya estas iglesias, más que las tumbas y panteones de Dios?».

1.1)- En claves metafísica y en claves teológicas, ¿de qué habla el loco?

Las primeras preguntas del loco, a modo de metáforas, refieren a la invención de Platón: la idea. Ésta es la esponja con que se ha borrado el horizonte; la misma que ha desencadenado la tierra de su sol; y con todo ello, ha inventado un ilusorio mundo de las esencias, separadas de las cosas sensibles. O sea, refiere y critica al mismo tiempo, los fundamentos metafísicos de la teoría de las ideas.
La figura del loco es la otra cara de ley, o lo otro de la construcción occidental del mundo y la realidad. Del modo como lo presenta Nietzsche, este personaje nos recuerda al sabio de Sínope, Diógenes, quien a plena luz del día, y con una linterna en la mano, se paseaba por los caminos en busca del hombre, actitud irónica en franca oposición a lo presentado por Platón como la idea de hombre. Nietzsche, en su texto, coloca a Dios en lugar del hombre:

“El loco.- ¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: «¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!».”

Vale recordar que en su búsqueda, el filósofo de Sínope nunca dió con en modelo presentado por Platón. En lugar del bípedo implume, encontró sólo un gallo desplumado. Tanto uno como el otro, y con una distancia de veintiún siglos, Diógenes y Nietzsche, se presentan como adversarios a los fundamentos metafísicos expuestos por Platón.

En cuanto al planteo teológico, como así lo entiendo yo, el texto presenta el paso, en la historia del pensamiento filosófico, de una cosmovisión teológica a una antropológica, y con ello, el juicio que Nietzsche presenta como la decadencia occidental, luego del advenimiento de cristianismo y sus postulados de un trasmundo después de esta vida, y que en el texto, queda evidenciado su oposición en las frases “Dios ha muerto”, o en la otra “Lo hemos matado: ¡vosotros y yo!”. También, al final de este texto, se puede leer a modo de conclusión la siguiente frase: “¿Pues, qué son ahora ya estas iglesias, más que las tumbas y panteones de Dios?”.

2)- A criterio de Heidegger, ¿cuál es la crítica de Nietzsche a la metafísica?

La aproximación de Heidegger, en un primer momento, y en referencia a la frase de Nietzsche, se explica en las siguientes palabras:

“Esta frase nos revela que la fórmula de Nietzsche acerca de la muerte de Dios se refiere al dios cristiano. Pero tampoco cabe la menor duda -y es algo que se debe pensar de antemano- de que los nombres Dios y dios cristiano se usan en el pensamiento de Nietzsche para designar al mundo suprasensible en general. Dios es el nombre para el ámbito de las ideas y los ideales. Este ámbito de lo suprasensible pasa por ser, desde Platón o mejor dicho, desde la interpretación de la filosofía platónica llevada a cabo por el helenismo y el cristianismo, el único mundo verdadero y efectivamente real.”

Según la interpretación de Heidegger, Nietzsche, en La gaya ciencia, plantea que de aceptarse la existencia de un mundo suprasensible, se niega la vida misma.

3)- Específicamente, según Heidegger ¿porqué para Nietzsche la metafísica debería desecharse o descartarse?

Para Nietzsche, según Heidegger, la “metafísica” –entendida por aquel, sería la filosofía comprendida como platonismo, y la división entre mundo sensible y mundo inteligible- y es ésta la que ha llegado al final. “[...] Nietzsche comprende su propia filosofía como una reacción contra la metafísica, lo que para él quiere decir, contra el platonismo.”
Ahora bien, Heidegger nos dice que ante ésto, Nietzsche nos propone una metafísica de la voluntad de poder. Y en dicha metafísica de la voluntad de poder, el arte es el valor supremo. “En relación con el valor llamado verdad, es un valor más elevado. [...] Ambos valores determinan en su relación de valor la esencia unitaria de la voluntad de poder que dispone valores dentro de sí misma. Dicha voluntad es la realidad efectiva de lo efectivamente real o, tomando el término en un sentido más amplio del que suele usar Nietzsche, el ser de lo ente.”

4)- ¿Cuál es el criterio de Heidegger al respecto de la metafísica?

Para Heidegger, la metafísica “sigue siendo el presupuesto impensado e inevitable de los ciegos intentos por escapar a lo carente de sentido por medio de una mera aportación de sentido.”
Así pues, y en lo que hace a su contemporaneidad, y luego de la obra de Nietzsche, se expresa de la siguiente manera:

“En lo que sigue, la metafísica siempre será pensada como verdad de lo ente en cuanto tal en su totalidad, no como la doctrina de un pensador. El pensador tiene siempre su posición filosófica fundamental en la metafísica. Por eso, la metafísica puede recibir el nombre de un pensador. Pero esto no quiere decir en absoluto, según la esencia de la metafísica aquí pensada, que la correspondiente metafísica sea el resultado de un pensador en su calidad de personalidad inscrita en el marco público del quehacer cultural. En cada fase de la metafísica se va haciendo visible un fragmento de camino que el destino del ser va ganando sobre lo ente en bruscas épocas de la verdad.”

A MODO DE CONCLUSIÓN:
Si hemos de adherir a lo expuesto en este texto de Heidegger sobre Nietzsche, el espacio metafísico aún está, más allá de los diversos pensadores de la historia del pensamiento filosófico occidental, repito, aún está para ser pensado, “frente al verdadero nihilismo, que sigue predominando”.


La no forma de ser humano.
La potencia en movimiento.


(Monólogo esquizofrénico, en diálogo)


Negro: forma chocante e irónica.
Rojo: forma inocente.
Gris: forma conformista.


- Qué excelencia hay en la dicotomía de abrirse. Y... ¿ahora qué?
- Me levanto y me formo de nuevo.
- ¿Estoy pensando en caminar? ¿En moverme?
- Mejor me quedo en mi inocente forma inicial, sin ambición de necesidad.
- ¿Pero qué me pasa? La necesidad de ambición no juega conmigo, sino que moldea mi nueva forma.
- De todos modos estoy moviéndome, estoy rechazando el principio.
- Es que potencialmente estoy activo.
- Me veo de pié y en al aire. Mejor me quedo en la seguridad del suelo.
- Eso es lo que hago. Lo que debo. Lo que el deber debe en mí hacer: Trato de trabajar en la seguridad del suelo. En la silenciosa claridad que, el temor de entender al aire, empuja mis pies al suelo.
- Ah... claro. Salto lejos y alto para ver un espacio entre mi cabeza apoyada en mis pies, y mis manos tocando el cielo.
- Es posible. Pero no trato de volver a mi principio. ¿O si?
- Es la idea. Trabajar, ensuciarse de ideas y sentidos, de tal manera que, nos hartemos de nosotros mismos y decidamos volver a la no forma.
- ¿A la forma inicial?
- Si. A la potencia inicial[1].
- Salvaje error, me pregunto: ¿Por qué la no-forma tampoco es potencia?
- ¿No es potencia? ¿Ni potencia de ser?
- Claro que no. Y si así fuera, deber mío seria realizarme forma nueva. En cualquier forma que desee.
- Me parece... que la potencia me debe.
- Seguro que me debe. Me robaron miles de formas. Miles de posibilidades en forma de ser.
- Pero ya me condenaron a ser esta forma actual. Y a negar mí forma potencial.
- Eso... ¿es bueno o malo?
- Es terrible mirar como corro debajo de mis narices, mientras ruedan mis manos en la sucia idea de tocar nueva forma.
- Pero. La idea me corrompió. Me dio potencia.
- Es lo mejor que me pudo pasar. Porque podría ser nuevamente: un edificio y trabajar. O ser trabajo. Podría ser silla o mesa...
- Un arma o la voluntad que la usa.
- Podría ser un perro o un perchero. O una casa y un billete.
- O una maquina de ser no seres en potencia de ser.
- ¿Y qué me preocupo? Si ya estoy haciendo seres actuales en actos, formas.
- ¿Estoy actuando?
- Es como girar mientras salto pensando en mi potencia.
- Así, no llego a ningún lado. A ningún acto.
- Porque, como me lo dije antes, soy acto y me robaron la potencia. 0 acaso será que la materia que me compone no es mía, y ya fui potenciado a este acto, nada más.
- Claro, pude haber sido de cualquier material: como piedra o plata.
- Espuma o madera.
- Sabía, dije, que me debían la potencia. Lo sabía.
- Mucho tiempo pensé en ser suelo conforme al acto, ahora quiero una nueva forma.
- Pero... me va tomar mucho trabajo.
- No. Porque me lo deben. Nadie me aviso de mi acto[2]. Nadie me aviso adonde me llevaría mi potencia. Además, quien o que me atribuyó esta forma de humano. Esta especie de forma.
- Entonces voy a ser lo que sea.
- No estoy seguro de eso, porque fui y soy. Ya me quite la potencia de ser.
- Es que... quiero ser yo la potencia.
- Nunca me lo va a permitir mi forma actual.
- Porque es caro, y mucho arriesgo en pensarlo.
- ¿Si pensarlo no cuesta?
- Claro que si. Estoy siendo en pensarlo. Siendo pensamiento, valiéndome de la suciedad de las ideas. En una clase de potencial abstracto y absurdo.
- ¿Siendo qué? ¿Siendo potencia?
- Ya no sé. Sólo sé que me quedo en el acto de actuar ante la nada. De engañarme y ocultarme las posibilidades de cambios.
- Me estoy engañando a mi mismo. Trato de justificarme sin saber que quiero justificar. Que idiota.
- Igual ya sacrifique mil formas, millones de no formas y miles de millones de potencias que nunca tendré.
- ¿No sé qué quiero decir? ¿No sé qué delirio es éste?
- Es claro. Pues, el tiempo que tomé en mover mis partes y ensuciar mi pensamiento, en abrirme en movimiento opuestos: se volvió un sacrificio.
- y... ¿Cuánto tiempo me tomó? ¿Cuánto fue el costo?
- el mismo que tardé en parpadear otra ves.
[1] No-forma, forma inicial, potencia inicial: como transición entre volver a ser potencia de ser, y el Acto puro.
[2] Acto: juego de palabra que refiere a su vez, a la acción y a la actualidad de la potencia en el ser.
SADE O LA IMPOSIBILIDAD

Leopoldo María PANERO




El laberinto de lo imposible


En el vacío de mi memoria se instaló, cuando me disponía a comenzar estas páginas, una pregunta con la que un amigo mío introducía a la lectura de Fourier. La pregunta, sencilla y aterradora, era «¿Cómo poder escribir?» La asociación no es en modo alguno extraña, ya que la imposibilidad es el tema así como la forma de la escritura sadiana, e incluso forma parte de su ejercicio mismo.
Por consiguiente, sabedores de ello, desarrollaremos esta tentativa de análisis de esa escritura imposible, en forma de una serie de sofismas nacidos para contemplar sus cenizas, de paradojas que no abocan sino a mostrar por un instante el resplandor de lo imposible, la inviabilidad del pensamiento así como de la escritura. Ahora bien, ¿qué es la imposibilidad? En otro lugar dijimos que no era diferenciable de una prohibición social, que la palabra «prohibido» bastaba para traducir el término «imposible». Trataremos aquí de precisar esta definición. Lo imposible es no lo prohibido por una determinada ley, sino lo que prohíbe toda ley, lo que escapa a toda razón «social». Lo imposible es lo que no se deja determinar por la razón social, lo que no se inscribe en el marco de una sociedad, de un sistema de relaciones humanas: lo que cualquier estructura social necesita prohibir para mantenerse; lo imposible es lo asocial puro, lo que rompe por completo con la alternancia de deberes y derechos que genera la imposición del vínculo de reciprocidad. Es decir, lo que rompe con el hombre, pues el hombre no es nada sin ese vínculo, el hombre, tránsfuga de la naturaleza como veremos luego, es enteramente un producto social y necesita defender su inmensa fragilidad –la fragilidad inmensa de algo que no cuenta con un apoyo natural- mediante el mantenimiento forzado de la sociedad y dé lugar a la dicotomía entre la ley y lo prohibido, entre lo posible y lo imposible.
La ley es la dependencia supuestamente necesaria de un individuo al rostro blanco del Otro asegurada por una escritura. Ese Otro, del que se nos hace depender en primer término, es un rostro blanco por cuanto es intercambiable y la función que desempeña –la de representar la «tercera persona» de la escritura- es la función de la no-persona: el Otro está por ello desde un principio asomado a su ausencia, y por ello cabe pensar en su desaparición, por ello el asesinato es posible, aun cuando esté prohibido y forme por tal motivo parte del registro de lo imposible. En cuanto a la escritura, es la que hace posible la relación con ese Otro, el reenviarla a una dimensión inexistente gracias a la cual dicha relación puede efectuarse, al abrigo de la muerte, a una memoria colectiva que impide que el olvido la borre: una memoria colectiva que es también la memoria de nadie, y a ese nadie debemos remitirnos en busca de una identificación en base a la cual hablar, relacionarnos con el otro. Yo, Otro y escritura es el triángulo de la ley, la base de toda sociedad, la tripartita de lo posible. Como la base del triángulo –la escritura- se abre a un lugar inexistente, como la escritura, para mantenernos a salvo de la muerte, habla en su nombre y ocupa su lugar, y es merced a la muerte por lo que todo existe; como la sociedad está construida sobre una ausencia fundamental, la violación de la ley social, lo imposible, es posible, y la sociedad corre siempre el riesgo de desaparecer. Sólo la moral –la escritura- lo impide: es la encargada de preservar la sociedad y el hombre que ella genera, al abrigo de las tentaciones de lo imposible, que a veces se abren en la forma del crimen, la locura, etc.
La moral castiga estas formas de lo imposible cuando pertenecen a la dimensión del sueño o cuando no afectan a todo el triángulo, por ejemplo, tan sólo a uno de sus lados, el de la relación con el otro: así la soledad, que únicamente merece un leve descrédito, con el estigma y el descrédito, y a su realización –o tentativa de-, con el linchamiento o crimen moral, que definiremos luego. El silencio es aterrador inclusive como sueño porque hace imposible el entero triángulo; es por ello que linda con lo infame y constituye parte del tema y la forma de la escritura sadiana. La muerte accidental del lenguaje se castiga así con el estigma: esto ocurre en el caso de la mudez o de la sordomudez, cuyo estigma sanciona la risa, o en el animal, contra el que con frecuencia se ejerce nuestra crueldad por cuanto es, como el mundo, una forma de lo imposible.
Pero la ley no es tampoco el habla, sino, como vimos, la escritura: el habla está reprimida por la escritura, contra lo que opina Derrida, quien piensa, al contrario, que es la escritura quien está reprimida por el habla: esto sólo es cierto desde el punto de vista de un escritor; y un habla que no remita a la escritura –el grito, el alarido, el tartajeo del borracho- está incluso penalizada con violencias mayores o menores que el descrédito, un habla así es imposible.
Iremos más lejos: no se habla, por cuanto el habla depende de una escritura, siempre ya se ha hablado.
Lo imposible, sin embargo, no alcanza aquí todavía su gravedad, castiga con el linchamiento o con la muerte en vida –la exclusión de la circulación social, de la escritura, del yo reconocido o de la relación con el Otro-: nos hace falta llegar a casos límite de imposibilidad como lo son la locura, la subjetividad, el devenir puro, la relación inmediata con el Otro, la perversión y el ocio.
La locura está prohibida (es imposible) por cuanto niega el primer término del triángulo, el yo, el vínculo social interiorizado, la primera medida del valor social (que es mayor cuanto más fuerte es un yo y también cuanto más otros se sitúan en torno a él, cuanto más reconocido). Lo que viene a ser lo mismo, pues un yo es sueño reconocido cuanto más fuerte es, y es más fuerte cuanto más reconocido. La locura se produce cuando se rompe en algún lugar de la sociedad la estructura del tejido social: en primer lugar, porque un individuo se niegue, en un principio, a reconocer al Otro representativo de la escritura, al Otro por excelencia que es el padre, que por el hecho de incorporar la ley se convierte en un fantasma, y acepte reconocer tan sólo la tangibilidad de la madre, la relación inmediata que con ella se establece por las vías de la sexualidad oral, sin contar con el lenguaje que haría posible esa relación al ponerle fin, el imponerle un límite; esto es lo que Lacan llama «forclusión», y de producirse en algún miembro niño de la sociedad, éste no alcanzará a formarse un yo, que se modela por la relación con el padre. En segundo lugar, porque su yo mínimo no es más tarde, debido a su casi-ausencia, reconocido por otros miembros del tejido social, que al rechazarle por ser también él, de otra manera a como lo era el padre, un fantasma, conducen al sujeto a esa «situación de jaque mate» que según Laing provoca la explosión y el viaje «esquizofrénico».
La locura es también algo prohibido e imposible, impensable, por cuanto ignora junto con los dos –el yo y la relación medida con el Otro- el tercer término del triángulo, no se somete a la escritura: por ello se hace preciso obligarla a entrar en ella creando una escritura especial encargada de tapar ese agujero, una escritura basada en una razón analógica o mágica cuya única labor es introducir diferencias en esa inmediatez y, comparando locura con locura, lograr en esa singularidad un mínimo de universalidad; mediante el llamado «diagnóstico», que es el reenvío de una locura a otra, se exorciza a lo absolutamente único e incapaz por tanto de inscribirse lo mismo en una escritura que en un conjunto social. La subjetividad, o tiempo psíquico puro, que es el reverso de la locura, la salud de una psique sin grietas, está tan prohibida o imposibilitada como la locura porque lleva a su extremo la tendencia implícita en cualquier movimiento psíquico de negar el lenguaje y la neutralidad psíquica del trabajo social. Todo movimiento psíquico rechaza, como bien dice Lacan (Kant avec Sade) el lenguaje y la ley de la reciprocidad. La psique no conoce otro, el espíritu no sabe de ninguna realidad.
Por ello la subjetividad del superhombre o del «genio» -que inventa un nuevo lenguaje siempre más cercano a lo inmediato psíquico de lo que estaba el lenguaje, la escritura hasta él, o que inventa un nuevo código social más próximo a la libertad pura, a lo absoluto social- está prohibida y se autoriza sólo cuando no existe, cuando sus manifestaciones, incluso las más extremas, se han transformado en una escritura: cualquier exceso es entonces permisible, en el ámbito de una biografía.
El genio atenta no sólo contra el vínculo social, por su subjetividad, sino también contra la escritura que impone la muerte como ley de vida, proscribiendo de la sociedad el devenir puro, al que sustituye por un ser idéntico a la muerte –la muerte que es la «tercera persona» cuyo silencio habla en mi relación con el otro, que es quien formula la ley social, haciendo que incluso la vida sea imposible-. El escritor genial o el héroe atentan contra esa escritura de la muerte al tratar de vivirla, de hablarla, de introducir en el ser que ella inventa la dimensión de lo que nunca es –la dimensión del habla-, la dimensión prohibida del devenir, y son por ello asesinados por la escritura que habían tratado de suplantar, o «suicidados» -volveremos más tarde sobre el significado de este término- en nombre de ella por la axiomática que recoge sus ecos. La subjetividad está prohibida, pues la ley es la escritura, la palabra objetivada.
La perversión está también situada por dicha ley de la muerte, que nos obliga a usar la camisa de fuerza de una sociedad y de una escritura, está también situada por dicha ley de la muerte, decía, al otro del espejo. Y esto por cuanto atenta contra el cuerpo, que es, como veremos en el párrafo siguiente, un valor social dado por el Otro, por cuanto nos practica la generación que en el hombre carente de instintos es tan sólo una institución social, y también como la locura o la subjetividad absoluta del genio por cuanto impugna una escritura literaria o científica, por cuanto impugna lo mismo que la locura la retórica del hombre; y es importante señalar que impugna no sólo la escritura científica, sino también la escritura literaria, por cuanto dicha escritura ha estado siempre, con la sola excepción de Sade –que no justiciable, como veremos en la escritura-, sujeta a esta retórica del hombre desde la que se conceptúa el mito amoroso, y, por lo tanto, ha ignorado las perversiones que, como la coprofagía, lo hacían imposible.
Por todo ello la perversión, si antaño fue castigada con el linchamiento, hoy lo es o bien con formas veladas a éste -la que llamamos «suicidamiento»- o bien como la locura, siendo obligada a franquear por la fuerza de los límites de la escritura «científica» que es actualmente la encargada, en lugar de la moral que se ha vuelto un arcaísmo, de imponer al hombre su máscara, de encerrar al espíritu infinito e indiferente en los límites de una escritura.
Y como la perversión puede decirse que toda sexualidad, toda relación inmediata con el Otro, atenta contra la escritura que es de los tres lados del triángulo el único intangible, y es por ello reprimida, forzada a la oscuridad o a la cárcel de lo «privado».
Pero lo que básicamente pone en cuestión la sociedad, por ello lo más imposible, es el ocio, ya que éste atenta contra la escritura –que no olvidemos que es un trabajo-, contra la moral que ésta produce –llámase religiosa o científica- y que necesita imponerse por el desgaste de la subjetividad efectuado por el trabajo, así como contra todo sistema de intercambios sociales que está basado en el trabajo, pues el trabajo es el cuarto lado del triángulo social, o bien, si suponemos que la estructura de la sociedad es la de una pirámide, la base de ésta (pues es para el mantenimiento de la sociedad aún más importante que la escritura). Sin el trabajo, no cabría ni una moral ni una escritura, y la sociedad estaría plenamente encarada con la posibilidad –con la imposibilidad- de su desaparición. Por ello se dice del ocio que es «la madre de todos los vicios», la palanca accionando la cual lo imposible entra en escena.
Todas las formas de lo imposible que hemos analizado se manifiestan en el ocio: la locura que nos vuelve improductivos: el «genio», que al considerarse innato no necesita de un aprendizaje o de un trabajo, etc. Con el ocio, la figura máxima de lo imposible, el rostro que más espanta a los guardianes de la cárcel social, a los guardianes de lo posible; ponemos fin a nuestra lista de monstruos: todos ellos –la soledad (típicamente sadiana, como señaló Blanchot), el silencio (el silencio de la eyaculación), la locura, la perversión, la relación inmediata con el Otro (no hay en Sade otro tipo de relaciones), el ocio- constituyeron el tema de la escritura sadiana, todos cuyos esfuerzos se dirigieron a abolir el vínculo social, así como el hombre que se deduce de él –el hombre necesitado de un reconocimiento, esclavo del Otro, el hombre que no es un Yo solo y absoluto- : el tema sadiano es, pues, lo imposible o la ausencia del hombre. Sade también, como ahora veremos, se esforzó en atacar la escritura: todos los discursos de sus libertinos no tiene otro fin que impugnarla, todos sus argumentos elaboran de un modo siempre cambiante un mismo «leiv-motiv»: el rechazo de la escritura, que es quien estructura la posibilidad.
El rechazo de la escritura –llevado a cabo paradójicamente mediante la escritura- se deducía del rechazo del Otro, que hizo imposible una escritura sometida a una lectura: Sade se niega, en efecto, a caer en mano del Otro en virtud de una lectura, se niega a caer dentro de la división entre escritura y lectura, y se niega a traicionar el ocio, el habla, en una obra. La práctica de la extraña escritura sadiana, su ejercicio mismo fue, pues, como dijimos al comienzo, también imposible, lo mismo que su tema, por cuanto Sade no aceptó nunca inscribirse dentro de los límites de una escritura, no aceptó someterse a esa «experiencia de los límites» a la que pretenden reconducirlo hoy los últimos servidores estructuralistas de la reaccionaria mitología de la escritura.
La práctica de la escritura sadiana fue imposible, pues, lo mismo que hoy es imposible su lectura; hoy que es imposible sólo esto –sólo Sade y unos cuantos más_ lo que podemos leer, pues la escritura actualmente ha explotado, ha franqueado sus propios límites y recorre hoy el camino de la ausencia de obra, y la lectura que a ella se dirige ha de ser una lectura de la ilegibilidad.
Pero no sólo la escritura sadiana fue imposible, sino que, como daba a entender la pregunta que mencioné al principio, cualquier escritura lo es, y esta es la universalidad que anuncia la singularidad absoluta de la práctica literaria sadiana: pues «no es posible escribir», hablar de la pulsión por y para la cual se habla y se escribe. Lo que hace aún más extraño el hecho de que Sade escribiera, situado como estaba totalmente del lado de la pulsión, más bien que de la escritura y del lenguaje, que la contradicen aun necesitando de ella para efectuarse. Solventa nuestro asombro el análisis de la «forma», también imposible, de la escritura sadiana: proyectos de libros, novelas que no tienen otro argumento que la repetición, nada de descripciones de personajes, que conocemos sólo por su opacidad –las dimensiones de sus órganos sexuales-, etc.: la forma imposible de la escritura sadiana nos lleva a pensar que «Sade no escribió», y que el motivo principal de la ilegalidad de su escritura, de su conocida impublicabilidad, fue no ser una escritura.
Así, pues, quien hoy quiera leer en Sade la aventura, quien se arriesgue en sus páginas tratando de leer lo que no puede leerse porque no ha sido escrito, habrá de recorrer el círculo de lo imposible, habrá de tropezarse a cada paso con lo-que-no-puede-ser, más bien que con el no-ser, con lo que está prohibido que sea.
Y si nosotros asumimos con miedo, pero también sin dudarlo, la tarea de realizar por nuestra cuenta una lectura de Sade –sabiendo que no hay lectura de Sade- lo hicimos contando con que era imposible, como no fuera tratando de transcribir nuestros contactos con ese punto siempre desplazado, con ese mapa de lo lejano, en unos cuantos conceptos imposibles que se disolvieran el uno en el otro, es decir, como no fuera fracasando, lo mismo que Sade fracasó en su empresa de poner en escena lo imposible, de hacer hablar en una obra a la ausencia de obra. Fracasando, como él, aterradoramente, el silencio, y en la misma medida en que escribiéramos, por cuanto una escritura sobre Sade o sobre lo imposible es una escritura sobre aquello que, por definición no pertenece a la escritura. Pero lo mismo que Sade no consiguió romper la dureza de un límite, pero consiguió desplazarlo un poco más, o quizá extraviar la visión de ese límite, dibujar un punto de extravió de la visión, quisiéramos nosotros también ensanchar los límites de un fracaso, de nuestro fracaso en escribir en la escritura su pérdida por los otros medios que una alusión, un gesto, un dibujo del lugar en que falta el horizonte; a lo largo de estas páginas procuraremos demorar ese fracaso que toda escritura es. Hubiéramos querido demorarlo hasta lo infinito, pero los límites que impone la lectura, el nefasto-comercio autor-lector, la dimensión de un libro que éste impone, hace esto imposible. Por ello el ciervo permanecerá siempre fugitivo, al otro lado del libro: y mientras la sociedad persista, la escritura conocerá unos límites y el sueño maldito de escribir todo –l’inconvenance majeure, como la llama Blanchot- se pudrirá la hierba, cuando sobre el bosque que habita el Inasible caiga sobre las sombras. Será imposible detener su carrera, inscribir esta huida en el papel en que, negro sobre blanco, se invierten los cielos: será imposible también seguir al ciervo en su huida, y ello no porque la palabra sea demasiado lenta, sino porque está presa en los límites de una escritura. La lectura caerá sobre este papel como una losa: esta es mi tumba, podéis buscar vuestro rincón en ella: esta es también la tumba de la Escritura.
Sobrevivencia o discapacidad




Nuestra época se destaca, no gratuitamente, como una época de discapacitados. Irónicamente o no, desde hace unos años a esta parte, se marginó el término “discapacitado”, usado comúnmente para hablar de personas que estaban del otro lado de la normalidad, patológicamente hablando, o del otro lado del discurso utilitario de esta sociedad capitalista, en que todo sujeto normal debía, más bien debe, operar dentro del sistema de producción.
Ahora bien, cuando se marginó dicho término peyorativo, se dejo sin reflexionar el hecho de su contracara, es decir, al término en desuso, el término: capacitado. Hoy en día, cada vez más es usado este último término entre aquellos que piden personal en el mercado laboral; incluso más, cada día florecen más y más “institutos de capacitación laboral”, ¿no es acaso, y según el término en uso actual, que hay demasiados discapacitados inoperantes en esta “nueva sociedad”?; habría pues, que preguntarles a los lingüistas que trabajan para los gobiernos de turno puestos por la superpotencia del norte, si no hemos caído, imbésiles ahora sí, en una treta del lenguaje ¿no?